Historia del Rally y la WRC: Derrapes, Barro y Locura
- Kemish S. García
- 4 jun
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 7 jul
Imagine esto: un coche volando por un camino de tierra más estrecho que tu pasillo de camino al baño, con un conductor que parece tener una confianza del tamaño del Everest (o un pacto con el diablo) y un copiloto gritando instrucciones como si su vida dependiera de ello, spoiler, si depende de ello. Eso, amigo, es el rally, el deporte automovilístico donde la valentía, la precisión y un toque de locura (y reparaciones muy rápidas) se mezcla para crear algo espectacular.
En este artículo vamos a meternos de lleno en la hsitoria del rally y su joya de la corona, el Campeonato Mundial de Rally (WRC). Así que, agarra un casco, ponte tu cinturón de 5 puntos, porque esto va a ser un viaje salvaje.

Los Orígenes: Cuando los Coches eran Duros y los Conductores, más.
El rally no nació en un circuito pulido, con asfalto liso, ni en un estadio lleno de luces y gente vitoreando en gradas. No señor. Todo esto empezó a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX (si, es más viejo que tu conductor favorito), cuando un puñado de locos con bigote y coches más lentos que una podadora que parecían carruajes con motor decidieron que era buena idea competir en carreras abiertas, llenas de baches, vacas y algún que otro peatón despistado. Estas primeras carreras. como el París Rouen de 1894, eran más una aventura de resistencia que uina carrera de velocidad (algo así como lo que impulsó a la IMSA o a WEC en sus inicios). Los cohces apenas y llegaban a los 20 km/h, y terminar la carrera sin que el motor explotara ya era considerao un milagro de los dioses del motor.
En los años 20 y 30, los rallies empezaron a tomar forma. Eventos como el Rally de Montecarlo (1911) se convirtieron en el patio de juegos de los ricos y aventureros. No había reglas claras que determinaran los torneos, los caminos eran un desastre y los coches, bueno, digamos que no eran los más fiables, tal como un paraguas en un huracán. Pero ahí estaba la magia: el rally era sobre dominar lo impredecible, un desafío para los hombres y sus máquinas.

Los 60's y 70's: La gran era dorada de los derrapes.
Avancemos a los años 60, cuando el rally empezó a ponerse serio (pero no demasiado, que no es una oficina de contadores). Los fabricantes de coches, como Mini, Ford y Lancia, se dieron cuenta de que ganar rallies vendía coches. Así nacieron las bestias como lo fueron el Mini Cooper S, que en 1964, '65 y '67 se llevó el Montecarlo como si fuera un paseo por el parque en la mañana. Estos coches eran pequeños, ágiles y conducidos por tipos con nombres tan cool como Paddy Hopkirk, que parecían sacados de una película de James Bond.
En los 70, el rally se volvió algo más salvaje. Coches como el Lancia Stratos, con su diseño de nave espacial y un motor que sonaba como un león enfadado, dominaban los caminos. Fue en esta década nació el Campeonato Mundial de Rally (WRC) en 1973. La FIA decidió poner orden a tanto caos y creó un campeonato que enfrentaba a los mejores pilotos en los terrenos más duros del planeta: desde los helados bosques de Finlandia hasta los caminos más polvorientos de Grecia. El WRC no era solo una carrera, era una guerra de nervios, habilidad y mecánica.

Los 80: Grupo B, la locura absoluta.
Si el rally ya era una locura, los años 80 lo llevaron a otro nivel con los coches del Grupo B. Estos monstruos, como el Audi Quattro, el Peugeot 205 T16 y el Lancia Delta S4, eran cohetes con ruedas. Tenían tracción total, turbos que escupían fuego y más de 500 caballos en algunos casos. Eran tan rápidos que los pilotos parecían más astronautas que conductores de autos. Nombres como Walter Röhrl, Ari Vatanen y Juha Kankkunen se convirtieron en Leyendas, derrapando a velocidades que harían palidecer a cualquier piloto de F1.
Pero, como toda buena fiesta, el Grupo B se pasó de la raya. Los coches eran demasiado potentes, los accidentes eran cada vez más frecuentes y, tras varias tragedias, la FIA puso fin al grupo en 1986. Fue como cancelar el mejor concierto de rock de la historia, pero dejó un legado imborrable.

Los 90 y el nuevo milenio: La era de los íconos y los duelos épicos.
Con el Grupo B en la tumba, el WRC se reinventó con el Grupo A y, más tarde, los World Rally Cars. Coches como el Subaru Impreza, el Mitsubishi EVO y el Toyota Celica se convirtieron en los reyes de los rallies. Los 90 fueron la época de los duelos épicos: Colin McRae, el cirujano de circuítos, con su estilo de "si hay un pedal, písalo", contra la calculadora humana que fue Tommi Mäkinen, que ganaba títulos como quien colecciona sellos postales. ¿Y quien no recuerda el Subaru Impreza azul con detalles amarillos? Ese auto era una joya de la corona de la época.
En los 2000, el WRC se vio bajo el reinado de Sébastien Loeb, un francés que parecía conducir con un GPS por cerebro. Junto a su copiloto Daniel Elena, Loeb ganó nueve títulos consecutivos (2004-2012), algo así como si Usain Bolt hubiera ganado todas las carreras de 100 metros durante una década. Mientras tanto, marcas como Citroën, Ford y Peugeot se peleaban por la gloria, y los rallies seguían siendo un espectáculo de barro, nieve y velocidad.

El Presente: Autos Híbridos, tecnología y nuevos héroes.
Hoy en día, el WRC es una mezcla de la tradición y la modernidad. Desde 2022, los autos híbridos, combinando motores de combustión con tecnología eléctrica. Sí, los puristas gruñen con enojo, pero estos bichos son rápidos, eficientes y aún suenan como si estuvieran enfadados con el mundo. Pilotos como Kalle Rovanperä, un finlandés que parece conducir desde que salió del útero, y Ott Tänak están llevando el deporte a nuevas alturas.
El WRC sigue siendo único porque no hay dos rallies iguales. Un fin de semana estás derrapando en la nieve de Suecia, y al siguiente estás esquivando rocas en Cerdeña. Los copilotos, esos héroes un poco olvidados, son la clave, leyendo las notas del terreno a 200 kilometros por hora mientras el coche salta como si fuera cabra montañesa. Y los fans, ¡vaya que son igual de locos! Se plantan a medio camino de un bosque a las tres de la mañana, solo para ver pasar un coche durante dos segundos. Eso es pasión.

¿Por qué amamos el rally?
El rally no solo es un deporte, es un estilo de vida emocionante. Es la emoción de ver un coche desafiar la física cuando sale disparado de una curva y entra a otra sin problema alguno, un piloto desafias el miedo y un equipo desafiar al tiempo. LA WRC ha evolucionado desde aquellos días de bigotes gruesos y carreteras polvorientas, pero el espíritu sigue siendo el mismo: ir rápido, ser valiente y no mirar atrás. Así que, la próxima vez que veas un coche de rally volando por un camino imposible, recuerda: estás viendo la culminación de más de un siglo de locura automovilística. Y, créeme, no hay nada igual.
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